No tenía nada que hacer, nunca se había preocupado de tenerlo. El mundo se movía a su alrededor, y ahí estaba, cada día entendía menos su entorno.
-¡El mundo está cada vez más loco! -Se decía para sus adentros. Mientras tanto, sus arrugas se marcaban en sus manos, que cada vez eran más torpes.
La televisión solo le hacía olvidar el segundero del reloj durante treinta minutos. Pero no había remordimiento, no puede haberlo si solo has vivido el aburrrimiento.
A veces se cruzaba con alguien, ¡Qué felicidad pasajera poder decir «Buenas Matías», «¿Como estas Maria?»! Era solo un momento, pero valía la pena, se sentía parte del mundo en el que no vivía.
Lo mejor era cuando venían familiares ¡Sus visitas eran más largas! La ilusión de saber que venían era mejor que tenerlos allí. ¡Que pesados! No puedo hacer lo que quiera, además, no me entienden. ¡A ver si se van ya! Tengo cosas que hacer.
Y así, volvía la soledad.